sábado, 28 de abril de 2018

El feminismo JAMÁS debería ser misándrico: mi experiencia personal

La mayoría de la gente que lee este blog sabe que soy feminista y sabe desde cuándo. Incluso sabe que antes odiaba el movimiento. Pero poco conoce sobre cómo era yo antes de darme cuenta de que dicho movimiento era necesario.

Y bueno, una parte de mí diría que ignorancia es felicidad y que es mejor por el bien de todos que ese lado oscuro de mi pasado no se sepa básicamente porque pues...no mames, qué puto oso: si hubiera estado delante de mi yo del pasado me cae que nos habríamos partido la madre (y habría perdido ella porque al chile estoy más correosa ahora, pero eso es harina de otro costal). Pero, considerando que soy una persona que siempre tiene presente su pasado para no ser mejor persona en el presente y no cagarla en el futuro, supongo que es necesario que dé una semblanza del tipo de joyita que era.

Para empezar, me definía a mí misma como "misógina". Y eso no es nada, amigos, me ENORGULLECÍA de serlo. Entre mi repertorio de ideas pendejas estaba decir que todas las mujeres eran envidiosas, conflictivas, malvibrosas, chismosas y, la cereza del pastel: mentalmente inferiores a los hombres. Sí, amigos, la chica que escribe este blog se JACTABA de no leer cosas escritas por mujeres por considerarlas demasiado emocionales y cursis, además de que pensaba que, a diferencia de los hombres que sí podían representar el pensamiento de personajes tanto masculinos como femeninos, ellas "romantizaban" al hombre y lo volvían débil y sensible. Definitivamente, si existiera un holocausto feminista -y digo "si existiera" porque evidentemente no existe, así que no sean estúpidos- o, de mínimo, una lista negra de indeseables, yo la habría encabezado, sin lugar a dudas, y con toda la razón.

Pero bueno, mi "misoginia" (que en realidad era machismo porque odio, odio lo que podamos llamar odio a las mujeres, no era) no es lo único de mi pasado oscuro. También tendía a la misandria, al menos en mis relaciones sentimentales (las amistades con hombres eran otro pinche pedo). Y bueno, no es como que no tuviera razones para ambas cosas, siendo sinceros: mis relaciones con las mujeres nunca han sido lo que podamos llamar "fructíferas" y de hecho puedo afirmar que casi toda mi vida ha sido un round con las de mi género: si no era un "no le hablen porque tiene cara de que es bien payasa" era un "no le hablen porque es una nerd" o "nos vemos a la salida, robanovios" (cuando ni novio tenía pero pues bueno) o un "seguro le va bien y saca dieces por puta" hasta que se convirtió en un "seguro se acostó con el profesor y por eso ahora es adjunta" (sí, we, es que ayudarle a un profesor vale toda la putería del mundo, vieras la gran vida que me doy con los CERO pesos que me paga la Coordinación, we, wuuuuu); por no mencionar mis fallidas amistades femeninas que nunca me han perdonado delitos tales como: 1) haber terminado una carrera universitaria mientras ellas seguían debiendo materias, 2) no haber aceptado ser amiga del traidor de mi exnovio o 3) haber tenido una relación estable mientras ellas autosaboteaban su propia felicidad mandando indirectas y creándose identidades falsas por internet.

Y pues qué decir de mis relaciones con los hombres: acoso sexual desde la primaria, celos enfermizos y chantajes en la preparatoria, traición a pasto en la universidad, más acoso, un intento de abuso...cualquiera con menos estaría hasta la puta madre, amigos, perdón.

Claro que cambié. Y qué chingón. Fui consciente de que las relaciones conflictivas entre mujeres tienen más que ver con la crianza que con que realmente nazcamos con ganas de chingar o traigamos el instinto envidioso y venenoso de fábrica. Y bueno, en cierto momento de mi vida conocí personas del género masculino que me tendieron la mano cuando peor me sentí y comprendí que no todos eran unos culeros como hasta entonces me había hecho creer. Poquito después de comprender eso conocí a Neftalí, le eché todas las ganas para que funcionara -y se las sigo echando porque las relaciones también son un trabajo- y henos aquí: 3 años siendo felices.

No sé si mi transición al feminismo comenzó específicamente ahí, en 2015. Pero sí creo que comenzó poco después, y que no es casualidad que coincidiera con mi cambio de mentalidad y mi "rehabilitación" -por decirlo de alguna manera- de la misandria.

Pero bueno, Niki, ¿en qué consiste la misandria y por qué chingados pusiste en tu título que el feminismo no debería ser misándrico? Bueno, pues la misandria se define como odio a los hombres, algo que sí, reconozco, es una conducta en la cual muchas autodenominadas "feministas" caen. Y digo "autodenominadas" porque, como ya lo dice el pendejo título, el feminismo nunca debería ser misándrico, y a continuación explicaré por qué.

La misandria es, pues, el odio a los hombres. Un odio que se la pasa repitiendo frases como "todos son infieles", "todos son violadores", "todos son violentos" y, en resumen, "todos son iguales". Frases que yo repetía, que muchas "feministas" repiten y que mis amigas mujeres (las escasas que me quedan, por obvias razones que ya describí) que ni son feministas ni tampoco "feministas" también repiten.

Pero...¿de dónde surge esta idea de que un hombre no es hombre si no viola, no es infiel y no es violento? Bueno, pues del sistema machista, amiguitos, ni más ni menos. Un sistema que considera esas características como positivas, porque ser violento, abusivo y tener la mayor cantidad de mujeres posibles es sinónimo de virilidad, de poder y de control. Así ha sido por siglos, nos guste o no nos guste.

Recuerdo algunos ejemplos tomados de aquí y de allá. Como el cartón de Maitena que se titula "Esos comentarios machistas que hacemos las mujeres", del cual sale esta joya:


O mi amiga Martha, del CCH, la cual me contó en clase de biología que había cortado con un wey porque el tipo le dijo: "los hombres somos infieles por genética", a lo cual ella respondió "me vale madres, si tu me pones el cuerno, yo te lo pondré también", a lo cual él, con toda la seguridad e insolencia de la cual presumen los más pendejos, le dijo: "no, porque ustedes no tienen esa genética".

O mi mejor amiga, con la cual invariablemente termino platicando sobre sus novios y la cual, invariablemente, siempre me contesta cuando le insinúo que sí parecen quererla: "pues...es hombre".

O bien, Hugo, el personaje coprotagónico de la novela puertorriqueña Sirena Selena vestida de pena -la cual usé para burlarme de Fa Orozco en un video pero que, fuera del mame, es una joya, por si les interesa-, un señor de la clase alta al cual su papá lo llevó de putas cuando él era un adolescente para que "se hiciera hombrecito" y que, por tanto, quedó traumatizado. Ejemplo literario que, por cierto, ha sido reflejado también en la televisión y en el cine, muy seguramente porque algo de eso pasa en la vida real, y me supongo, no con poca frecuencia.

Podría seguir con otros ejemplos, pero creo que con estos dos ya quedó un poco más claro que estas ideas del macho alfa dominante son...eso, precisamente: MACHISTAS. ¿Y qué acaso el feminismo no trata de combatir el machismo? La respuesta debería ser "sí". Porque da la casualidad de que el machismo nos ha oprimido y es de él de lo cual queremos liberarnos para obtener la igualdad de condiciones a la cual, por cierto, deberíamos tener derechos no por ser mujeres, sino por ser personas. 

Así pues, cuando tú como mujer repites que todos los hombres son iguales, que todos son violadores, infieles o violentos, estás dándole la razón a un sistema que no ve eso como defecto sino como virtud. Estás alimentando el machismo. Lo cual de por sí es grave si eres una mujer normal pero se torna todavía más grave si eres feminista, porque entonces, con tus pequeñas acciones, sigues promoviendo que todo siga igual en vez de lograr la revolución que tanto quieres y que supuestamente dices defender.

Es verdad que no es nuestra obligación luchar por aquello que le interesa a los hombres porque, por mucho que al género masculino le arda, no somos todoterreno y la lucha tiene prioridades, además, claro, de que somos perfectamente conscientes de que los hombres no son unos minusválidos o inútiles incapaces de luchar por sus propios derechos si realmente se lo proponen. Asumir que nosotras debemos hacer su trabajo es el equivalente a asumir que ellos no son capaces de hacerlo, de minimizarlos y caer en exactamente las mismas conductas sexistas que criticamos. Pero el que no luchemos por lo que ellos quieren no significa que no deba haber un respeto y una empatía: el machismo nos afecta a todos: a nosotras en unas cosas y a ellos en cosas diferentes, pero a fin de cuentas nos afecta a todos. Y para que lo podamos combatir debemos tener presente qué comportamientos son machistas para justamente ya no caer en ellos, o al menos caer lo menos posible porque bueno, el cambio tampoco se da de chingadazo.

Pensar que todos son violadores, infieles, patanes, mentirosos y violentos es caer en conductas machistas. Es asumir que un hijo varón que todavía no gusta de las niñas ni golpea es un violador en potencia y maltratador sólo por ser varón y, por consiguiente, es dar por sentado que es caso perdido y que la va a cagar. Es privarme de la oportunidad de hacer con él una diferencia. Es, a la larga, darle la razón al sistema porque, por mi misandria, quizás terminé convirtiéndolo en aquello que odiaba y que tanto temí. Es reproducir un sistema nefasto del cual se supone que quiero evadirme, es traicionarme y es eso, odio, y pues el odio nunca lleva a nada bueno.

Así que no, queridas radicales, la misandria no es el camino. La educación, el respeto y la información sí, del mismo modo que la concientización y la empatía. El día que agarremos el pedo sobre eso y caigamos en cuenta de que hay conductas que parecen feministas pero que ni de chiste lo son, quizás demos un paso adelante. Quizás. Y quizás y sólo quizás se nos tome más en serio, aunque francamente veo un poco lejano ese día.

Pero en fin, buena noche.